La única forma de notar su presencia era mirándose al espejo. El resto del tiempo, simplemente era invisible. Nada tenia que ver su estilo andrajoso y al borde del desperdicio, mas bien era su forma de andar, sin semáforos ni tarjetas, nunca supo lo que era un pokemón y menos el ser racista… sí, por muy miserable que fuera, uno de sus mejores amigos era el quiltro de
Un día, decidió volver a casa. Aún estaba el closet antiguo y las bancas polvorientas. Sacó una camisa, el pantalón, la corbata y el sombrero. En el patio, las palomas conversaban dentro de la pileta seca, en el pasillo aun colgaba la lista de donaciones que de un momento a otro dejó de existir.
De pronto, el quiltro lo vio venir. Movió las orejas, algo no andaba bien.
Disculpe señor, me podría decir la hora?
Las cuatro y cuarto, respondió
El perro fue el único que aun reconocía su olor. Un verdadero amigo, pensó y caminaron juntos a la vitrina del negocio, no podía creer, o era un estupido por decir la única hora que se le ocurrió o la corbata tenia el poder de transformarlo, de un hombre sucio que no tiene nada a un miserable bien vestido.